Ya hemos escuchado antes alguna vez que la felicidad de las personas que queremos nos termina haciendo felices a nosotros mismos. No solo lo hemos escuchado, creo que todos en algún punto lo hemos sentido, hasta por los triunfos de desconocidos, esos que nos llenan de esperanza.
Es aquí donde me voy al pasado domingo para contar algo que me sucedió. Ya había adelantado en el post anterior que este partido al que asistí hace cuatro días era súper importante, lo llaman "el clásico de la capital" que enfrenta a Caracas FC y a Deportivo Petare.
Antecedentes
El primer juego de fútbol al que fui rivalizaba al Caracas y Estrella Roja, recuerdo que nunca había estado al lado de una barra que cantara sin parar para alentar a su equipo. Hasta ese momento la única referencia personal que tenía de un deporte profesional era el beisbol, y sabemos que en ese caso el ambiente en el estadio es diferente.
Me enamoré inmediatamente. El estadio no estaba ni cerca de estar lleno y el nivel de juego era bastante desigual, pero ahí estaba yo sintiendo esa vibra del fútbol, por primera vez de un equipo de mi país, no de una selección extranjera en un mundial.
A partir de ahí estuvo bastante claro para mí: "soy del Caracas", "ese es mi equipo", "yo le voy a los Rojos". Sin embargo, desde hace unos meses he sentido que los engaño, me alegro por sus victorias, pero no es igual que antes. No había ido a ninguno de sus partidos esta temporada pero sí a ver a otro equipo.
Ese día
Entonces el domingo, todo llegó a donde tenía que llegar. Ahí estaban los dos causantes de aquello que me aquejaba desde hacía meses. Como ya el cuento se está haciendo largo me voy al punto. Hay momentos en los que se supone que las cosas son sencillas: si eres de un equipo te alegrarás con sus victorias y te entristecerás con sus derrotas. Resulta que no es así de blanco y negro. Si la derrota de ese equipo -tu equipo- implica la victoria de alguien que quieres, tu alegría será mayor.
Ahí estaba yo: celebrando los goles del otro, del que no es "el mío". Incluso cuando "mi equipo" anotó su único tanto yo ni me inmuté, y por primera vez sentí que con su buen juego las cosas estaban saliendo mal. Nada de eso me hizo sentir culpable, ni siquiera cuando el árbitro dio el pitazo final que sellaba el 1-4. Ahí mucho menos, porque no recuerdo haberme sentido más feliz después de un partido de fútbol.
Porque ahí entre los ganadores estabas tú, disfrutando el resultado del esfuerzo, del trabajo y la disciplina. Entendí que no soy de ningún equipo, sino que estoy contigo y eso me hace sentir la más ganadora del mundo.
jueves, 24 de noviembre de 2011
domingo, 20 de noviembre de 2011
Breve reporte de un sáb... que se hizo dom...
He estado trabajando. Sí: no es excusa para dejar de escribir por tanto tiempo (creo yo). Decidí compartir por acá las últimas cosas chéveres que he visto por allí. Vamos en orden de aparición:
1) Moneyball
Amé esta película: beisbol, Aaron Sorkin y Brad Pitt ¿Cómo decirle que no? No necesitó de mucha música de fondo para cautivarme, pero sí bastó con la versión que la pequeña Kerris Dorsey hizo de "The show", de la cantante Lenka. ¡Mágica!
Brad Pitt tiene pinta de nueva nominación al Oscar y la película entera podría estar compitiendo también en unas cuantas categorías como mejor guión, edición y montaje, dirección. Sí, sí, me encantó.
2) Maldita Nerea
Los escuché porque en una misma semana dos personas completamente diferentes y que ni siquiera se conocen recomendaron sendas canciones("Piedra, papel o tijera" y "Verso acabado. Punto"). Me llamó la atención y cuando se trata de música no hay que pensarlo dos veces.
Cuando en breves períodos de tiempo varias personas hablan de algo que no conozco y que la mayoría de las veces tiene que ver con arte: es hora de chequear. Puedo decirles que es mi nuevo grupo/cantante favorito (todavía desconozco esto).
3) Crazy, Stupid, Love
Llegué con meses de retraso a ella, no pude ir a la sala de cine pero Cuevana me facilitó las cosas (lo que no hizo mi internet, que tardó más de 4 horas en cargar), pero valió la pena. Más allá de los lugares comunes de una comedia romántica: tiene un buen reparto, es entretenida, aunque como me dijo una amigo hace minutos por twitter, empieza floja.
Al final fue otra grata sorpresa dentro del séptimo arte que he visto estos días.
Bonito sábado leyendo al Gabo que ya se convirtió en domingo.
Por cierto, hoy es domingo de fútbol. Espero poder comentar un poco sobre eso luego porque particularmente hoy siento que yo misma entraré al campo a jugar...
lunes, 24 de octubre de 2011
Decidí no volver a prometer
Hablando de segundas oportunidades, alguien me habló del nuevo disco de Incubus y me dijo que escuchara el sencillo "promises, promises". Esa persona no tenía ninguna esperanza, pues en varias ocasiones le conté del rechazo que me generaba la banda, no porque me parezca mala, simplemente porque no hay empatía entre su música y yo. Nada más. El hecho es que escuché la canción porque -por lo menos cuando de arte se trata- me gusta dar segundas oportunidades. ¡Bingo! Buena decisión, la canción resultó agradarme mucho. Y justo estas dos cosas fueron las que me motivaron a escribir nuevamente: promesas y segundas oportunidades.
Son de esos temas que cuando los abordas, casi inmediatamente, alguien los tilda de intensos, cuando en realidad son básicos, sencillos y nos facilitarían mucho las cosas. Empecé a preguntarme de dónde habrá salido esa ¿necesidad? de prometer. ¿Por qué somos tan irresponsables? Jugamos con el tiempo y el futuro, subestimando el valor que tiene cada uno. ¿Por qué no ser más realistas y menos románticos?
Puede que suene bonita la frase que inicia con el popular "te prometo...", pero en mi corta experiencia, he aprendido que esa lindura se diluye como sal en el agua y el sabor que deja es mucho peor. Termina causando amargura y desesperanza, nada menos tierno que eso. Cuando alguien promete algo puede que confíe en que cumplirá su promesa y probablemente crea firmemente en esa intención, pero lamentablemente -o no- somos incapaces de controlar el mundo, las acciones, incluso nuestras propias reacciones.
Que escriba esto no significa que nunca haya hecho una promesa ¿cómo no hacerlas? Son casi irresistibles, más cuando alguien te dice con cara de bebé koala "¿me lo prometes?".
He pensado que es mucho más noble y romántico aceptar que existe la posibilidad de que podamos herir a quien más queremos, que por eso se requiere de nosotros la mayor honestidad posible y cuando decidimos no prometer estamos respetamos al otro. No lo subestimamos, lo cuidamos. No es que estemos desconfiando de nosotros y nuestras capacidades, creo que estamos trabajando desde ya lo que está en nuestras manos, lo que podemos controlar, lo que nos pertenece y debemos proteger.
No está mal dar segundas oportunidades, pienso que está mal decir creer que en caso de no cumplir una promesa nos darán otro chance, también pienso que está mal escudarnos en esa excusa porque al final del día "somos humanos" y nos podemos equivocar. Me gustaría que respetáramos más al otro, que no subestimáramos el valor de lo que decimos y las palabras que usamos para hacerlo.
No sé si fue la canción, las casualidades o la vida, pero estoy empezando a creer que las promesas solo existen para los que no pueden decir hoy -con lo que tienen o no- que cada paso y equivocación los acercará a lo que desean, con lo bueno o lo malo que eso implique.
Solo puedo pedir y hacer una cosa a futuro: nada de promesas.
Son de esos temas que cuando los abordas, casi inmediatamente, alguien los tilda de intensos, cuando en realidad son básicos, sencillos y nos facilitarían mucho las cosas. Empecé a preguntarme de dónde habrá salido esa ¿necesidad? de prometer. ¿Por qué somos tan irresponsables? Jugamos con el tiempo y el futuro, subestimando el valor que tiene cada uno. ¿Por qué no ser más realistas y menos románticos?
Puede que suene bonita la frase que inicia con el popular "te prometo...", pero en mi corta experiencia, he aprendido que esa lindura se diluye como sal en el agua y el sabor que deja es mucho peor. Termina causando amargura y desesperanza, nada menos tierno que eso. Cuando alguien promete algo puede que confíe en que cumplirá su promesa y probablemente crea firmemente en esa intención, pero lamentablemente -o no- somos incapaces de controlar el mundo, las acciones, incluso nuestras propias reacciones.
Que escriba esto no significa que nunca haya hecho una promesa ¿cómo no hacerlas? Son casi irresistibles, más cuando alguien te dice con cara de bebé koala "¿me lo prometes?".
He pensado que es mucho más noble y romántico aceptar que existe la posibilidad de que podamos herir a quien más queremos, que por eso se requiere de nosotros la mayor honestidad posible y cuando decidimos no prometer estamos respetamos al otro. No lo subestimamos, lo cuidamos. No es que estemos desconfiando de nosotros y nuestras capacidades, creo que estamos trabajando desde ya lo que está en nuestras manos, lo que podemos controlar, lo que nos pertenece y debemos proteger.
No está mal dar segundas oportunidades, pienso que está mal decir creer que en caso de no cumplir una promesa nos darán otro chance, también pienso que está mal escudarnos en esa excusa porque al final del día "somos humanos" y nos podemos equivocar. Me gustaría que respetáramos más al otro, que no subestimáramos el valor de lo que decimos y las palabras que usamos para hacerlo.
No sé si fue la canción, las casualidades o la vida, pero estoy empezando a creer que las promesas solo existen para los que no pueden decir hoy -con lo que tienen o no- que cada paso y equivocación los acercará a lo que desean, con lo bueno o lo malo que eso implique.
Solo puedo pedir y hacer una cosa a futuro: nada de promesas.
jueves, 13 de octubre de 2011
Te quiero hablar a ti
Te quiero hablar a ti. A ti, el que no espera que yo le hable, que no anda buscando respuestas ni palabras de una extraña. A ti, que no sabes quién soy, qué prefiero, qué hago, qué detesto. Es justo a ti a quien quiero hablar.
Quiero saber que has hecho en todo el día. A quién conociste o te perdiste de conocer. Me gustaría saber del tiempo muerto que se te fue durante más de dos horas después de las 3:30 de la tarde.
De quién te enamoraste. ¿Te enamoraste? ¿A quién ignoraste? ¿Acaso en alguien pensabas mientras te cepillabas los dientes esta mañana? Yo creo que sí, pero siento la duda punzante, la que no me deja terminar de decidir, la que molesta tanto como la sensación de esperar más de algo que ya se agotó.
¿Desayunaste? Dicen que es la comida más importante del día. Dependiendo de mi estado de ánimo decido creerlo, sino digo que está "subestimada". ¿Qué tal el trabajo? Porque tienes trabajo, eso creo yo. También me gusta creer que lees una página del libro antes de acostarte todas las noches. Que sueñas a menudo con episodios que parecen sacados de una película.
Seguro inviertes mucho tiempo en los aparatos electrónicos. Te dio gripe la semana pasada y mañana aunque es viernes, el fin de semana no te hace mucha gracia. ¿Por qué miras tanto el reloj? Incluso si no lo tienes puesto, te miras la muñeca como leyendo las venitas que se dejan ver.
A ti decidí hablarle hoy. A ti porque me aburrí de que me conocieran (poco o mucho). A ti porque caminas mirándote los zapatos y tratando de desamarrar las trenzas mentalmente. A ti porque extrañas, pero aceptas al mismo tiempo.
¿Acaso esperas que te hable?
Quiero saber que has hecho en todo el día. A quién conociste o te perdiste de conocer. Me gustaría saber del tiempo muerto que se te fue durante más de dos horas después de las 3:30 de la tarde.
De quién te enamoraste. ¿Te enamoraste? ¿A quién ignoraste? ¿Acaso en alguien pensabas mientras te cepillabas los dientes esta mañana? Yo creo que sí, pero siento la duda punzante, la que no me deja terminar de decidir, la que molesta tanto como la sensación de esperar más de algo que ya se agotó.
¿Desayunaste? Dicen que es la comida más importante del día. Dependiendo de mi estado de ánimo decido creerlo, sino digo que está "subestimada". ¿Qué tal el trabajo? Porque tienes trabajo, eso creo yo. También me gusta creer que lees una página del libro antes de acostarte todas las noches. Que sueñas a menudo con episodios que parecen sacados de una película.
Seguro inviertes mucho tiempo en los aparatos electrónicos. Te dio gripe la semana pasada y mañana aunque es viernes, el fin de semana no te hace mucha gracia. ¿Por qué miras tanto el reloj? Incluso si no lo tienes puesto, te miras la muñeca como leyendo las venitas que se dejan ver.
A ti decidí hablarle hoy. A ti porque me aburrí de que me conocieran (poco o mucho). A ti porque caminas mirándote los zapatos y tratando de desamarrar las trenzas mentalmente. A ti porque extrañas, pero aceptas al mismo tiempo.
¿Acaso esperas que te hable?
lunes, 1 de agosto de 2011
La gran G
Me gradué. Pasó el jueves. Los actos previos le hicieron la antesala: la firma del acta y la misa de grado, eventos que entre nervios y emoción me tomaba como la cuenta regresiva del día que no llegaría. Es decir, quería quedarme en esos flashes, en la celebración de espera, en el limbo que significa estar esperando el día. Al final me golpeó directo en la cara, más pronto de lo que deseaba. Los días de preparación parecían no haberme preparado en lo absoluto. Pero allí estaba mirándome: el gran jueves 28 de julio.
Peluquería, maquillaje, salir dos horas antes...definitivamente no me daría tiempo de pensarlo mucho. Sin embargo, entre una felicitación y otra tuve chance de llorar un poco de nostalgia, solo un poco. De pensar en quién era hace 5 años y quién soy ahora. ¿Acaso he cambiado o soy la misma que en vez de 18 tiene 23? De pensar en lo bueno, en lo mediocre, en lo triste, lo sublime, el desamor, la gloria, los que están y los que ya no. ¿Es de verdad como me lo había imaginado?
Allí estábamos, con nuestras togas y bonetes, nerviosos y con miradas cómplices. ¿Cómplices de qué? De las trampas en los exámenes, de la nota que me sudé, de los desvelos, de aquel discurso o clase que nos marcó la vida, de aquella vez que reparamos historia de la cultura, de la fiesta, de las peleas, de los sueños, del miedo, de lo que vendría. ¿Qué vendría?
Me gradué. Hice un juramento. Tengo un título. Parece fácil, pero siguen las interrogantes flotando, dándoselas ellas de interesantes. Me gusta pensar que estarán allí por mucho más tiempo y que cuando ya no estén, habrán otras para suplantarlas. Sólo tengo una respuesta en este momento. ¿La graduación fue como me la había imaginado? No, fue mucho mejor.
Peluquería, maquillaje, salir dos horas antes...definitivamente no me daría tiempo de pensarlo mucho. Sin embargo, entre una felicitación y otra tuve chance de llorar un poco de nostalgia, solo un poco. De pensar en quién era hace 5 años y quién soy ahora. ¿Acaso he cambiado o soy la misma que en vez de 18 tiene 23? De pensar en lo bueno, en lo mediocre, en lo triste, lo sublime, el desamor, la gloria, los que están y los que ya no. ¿Es de verdad como me lo había imaginado?
Allí estábamos, con nuestras togas y bonetes, nerviosos y con miradas cómplices. ¿Cómplices de qué? De las trampas en los exámenes, de la nota que me sudé, de los desvelos, de aquel discurso o clase que nos marcó la vida, de aquella vez que reparamos historia de la cultura, de la fiesta, de las peleas, de los sueños, del miedo, de lo que vendría. ¿Qué vendría?
Me gradué. Hice un juramento. Tengo un título. Parece fácil, pero siguen las interrogantes flotando, dándoselas ellas de interesantes. Me gusta pensar que estarán allí por mucho más tiempo y que cuando ya no estén, habrán otras para suplantarlas. Sólo tengo una respuesta en este momento. ¿La graduación fue como me la había imaginado? No, fue mucho mejor.
martes, 31 de mayo de 2011
The Hangover 2: una resaca irresistible
Acabo de llegar a mi casa luego de ver The Hangover (¿Qúe pasó ayer?) parte 2. Debo decir que desde Due Date (Todo un parto) no me reía tanto. Por supuesto que esto no es producto de la casualidad: en ambos proyectos están involucrados los mismos realizadores y un actor en común, el hilarante Zach Galifianakis. Esta secuela dirigida por Todd Phillips ya rompió récord convirtiéndose en el mejor estreno para una comedia a escasos cinco días de su lanzamiento.
Este, sin duda, es un caso exitoso de las temidas segundas partes. Los más negativos dirán que es el mismo asunto de la primera entrega trasladado a la ciudad de Bangkok. Yo diría que es el resultado de la buena ejecucución de un concepto que ya está en el inconsciente de la cultura pop actual. Unas buenas, y sobre todo divertidas, actuaciones hacen de esta comedia una buena opción para desconectarse y reírse a más no poder. La risa tiene poder sobre las personas y consigue dinero también: ha logrado ganar 137,4 millones de dólares en taquilla en Estados Unidos y Canadá desde el pasado 26 de mayo.
Ahora, como si de una amanecida se tratara, reímos de manera más moderada para no sufrir tanto los dolores abdominales que provocaron las dos horas en la sala de cine. Duele ligeramente la cabeza y no te sacas de la mente la cara redonda y barbuda de Galifianakis, que sin expresión, pose o diálogo alguno te hace sonreír. Una buena oportunidad para disfrutar un rato, relajarse y brindar por la amistad. Como diría Fito Páez: "me gusta abrir los ojos y estar vivo, tener que vérmelas con la resaca". Y que lo digan estos tres panas.
Este, sin duda, es un caso exitoso de las temidas segundas partes. Los más negativos dirán que es el mismo asunto de la primera entrega trasladado a la ciudad de Bangkok. Yo diría que es el resultado de la buena ejecucución de un concepto que ya está en el inconsciente de la cultura pop actual. Unas buenas, y sobre todo divertidas, actuaciones hacen de esta comedia una buena opción para desconectarse y reírse a más no poder. La risa tiene poder sobre las personas y consigue dinero también: ha logrado ganar 137,4 millones de dólares en taquilla en Estados Unidos y Canadá desde el pasado 26 de mayo.
Ahora, como si de una amanecida se tratara, reímos de manera más moderada para no sufrir tanto los dolores abdominales que provocaron las dos horas en la sala de cine. Duele ligeramente la cabeza y no te sacas de la mente la cara redonda y barbuda de Galifianakis, que sin expresión, pose o diálogo alguno te hace sonreír. Una buena oportunidad para disfrutar un rato, relajarse y brindar por la amistad. Como diría Fito Páez: "me gusta abrir los ojos y estar vivo, tener que vérmelas con la resaca". Y que lo digan estos tres panas.
viernes, 27 de mayo de 2011
Despertar (Microcuento Oct/2010)
La calma sobre la superficie del agua le recordaba lo azul que había sido el cielo una vez. Era un recuerdo que se sumergía frío hasta entumecerle todo el cuerpo. Al borde de la baranda, no poder moverse; era un alivio pasajero. Para Carlos, los colores se fueron difuminando, como eternas madrugadas que entre dormidas y despiertas no ven la luz. Sin necesidad de decir adiós, la vida se convirtió en una silla solitaria a la orilla del mar, que inevitablemente sería roída por la sal. Parado en el puente ya no había lluvia ni arcoíris, sólo aire. El aire que nadie le ayudaba a respirar.
martes, 24 de mayo de 2011
El día que España vio a la Vinotinto coronarse
Hoy por fin anunciaron los precios de las entradas para el partido amistoso entre España y Venezuela. Como se especulaba desde hace días, el alto costo de los boletos para el juego que se realizará en Puerto La Cruz resultó ser real, tan real como la inflación y el "costo e' la vida" como diría Juan Luis Guerra. Para "maquillar" la cuestión habrá un concierto previo con Franco De Vita y Carlos Baute, sí el mismo que cantaba que se quedaría hasta la muerte en Venezuela y ya tiene años viviendo en España.
Pues sí, lo que se suele hacer en Venezuela con todo: convertir las cosas en un "showsito", buscar dos caritas conocidas para darle promoción, emocionar a la gente y en última instancia soltar con una gran sonrisa la invitación a sacarse una pequeña porción del ojo de la cara para pagar por el evento en cuestión. No quisiera hablar del trasfondo político que tiene: meterme con la FVF, la gobernación de Anzoátegui, Movistar y Evenpro me da pereza. De lo que me gustaría hablar es del día en el que el campeón del mundo no esté visitando Venezuela, sino el día en el que Venezuela llegue a otros países como el campeón mundial.
Todo el país se vestirá de Vinotinto, sin duda. Habrán cánticos que proclamen la lealtad eterna a la selección nacional. Habrán videos emotivos con alguna canción de piano en todos los canales de televisión local. Dirán en todos los países que Venezuela ya no es la cenicienta o cualquier otro adjetivo de esos que repiten y repiten los comentaristas de fútbol. La plaza Alfredo Sadel se llenará de gente que por primera vez no va a aupar a Italia, Brasil, Argentina o incluso ¿Grecia? sino que dirán "miércoles sí, ganó Venezuela, que loco ir con mi bandera".
Cantarán el himno como si no hubiera mañana. Llorarán de emoción, se abrazarán entre amigos, familiares y desconocidos. Rumbearán la semana entera. Probablemente se nombrará ese día como no laboral. Las casas exhibirán el tricolor como si se tratara de una fecha patria. Esquivel y Farías darán declaraciones diciendo lo contentos que están de que lo que no pudieron hacer ellos lo están haciendo otros.
Todos sonreirán en la calle, se saludarán entre vecinos. Ese día la gente dirá buenos días, buenas tardes, buenas noches, gracias y por favor. Parecerá navidad con utilidades. Rápidamente Chino y Nacho harán un reggaetón junto a otros artistas para homenajear a la Vinotinto. Harán una cuña estilo mensaje de fin de año donde todas las personalidades de la televisión se unan para felicitar a sus jugadores.
En fin... Probablemente pasen todas esas cosas y otras más. Pero sobre todo me gustaría pensar que desde mucho antes de ese día ya los venezolanos se lo crean. Que la Federación funcione, no como una fiestecita de complacencias, sino como una institución que trabaje de verdad. Que el fútbol haya crecido porque se invirtió en su profesionalización. Que el talento haya recibido el apoyo que necesitaba, porque eso sí hay aquí: talento. Que la gente se haya dado cuenta de que en su país habían jugadores desde hace tiempo jugando por ellos. Que esa misma gente haya lamentado las derrotas en el camino, haya saltado de alegría con las victorias y discutido afanosamente los empates tomándose un café en la panadería.
Finalmente, me gustaría ir a ver el partido que habrá en junio entre España y Venezuela pero creo que me quedaré en casa a verlo por televisión. A los que desde el domingo comprando las entradas tendrán la camisa de "La Roja" puesta, en vez de la Vinotinto, les mando un mensaje para pensar mientras hacen la cola: el día que pase todo lo que conté antes ustedes serán los primeros en decir "de Venezuela soy". Los invito a que practiquen desde ahorita, cuando estén en el José Antonio Anzoátegui en medio de un grupo de niñas (y niños también) gritando "Casillas te amo", piensen que todo empieza con ustedes. Disfruten del fútbol, pero cuando quieran llorar y sentir orgullo háganlo con lo que es de ustedes. Hagan una victoria propia: la que se escribe con "V" de Venezuela y de Vinotinto.
Pues sí, lo que se suele hacer en Venezuela con todo: convertir las cosas en un "showsito", buscar dos caritas conocidas para darle promoción, emocionar a la gente y en última instancia soltar con una gran sonrisa la invitación a sacarse una pequeña porción del ojo de la cara para pagar por el evento en cuestión. No quisiera hablar del trasfondo político que tiene: meterme con la FVF, la gobernación de Anzoátegui, Movistar y Evenpro me da pereza. De lo que me gustaría hablar es del día en el que el campeón del mundo no esté visitando Venezuela, sino el día en el que Venezuela llegue a otros países como el campeón mundial.
Todo el país se vestirá de Vinotinto, sin duda. Habrán cánticos que proclamen la lealtad eterna a la selección nacional. Habrán videos emotivos con alguna canción de piano en todos los canales de televisión local. Dirán en todos los países que Venezuela ya no es la cenicienta o cualquier otro adjetivo de esos que repiten y repiten los comentaristas de fútbol. La plaza Alfredo Sadel se llenará de gente que por primera vez no va a aupar a Italia, Brasil, Argentina o incluso ¿Grecia? sino que dirán "miércoles sí, ganó Venezuela, que loco ir con mi bandera".
Cantarán el himno como si no hubiera mañana. Llorarán de emoción, se abrazarán entre amigos, familiares y desconocidos. Rumbearán la semana entera. Probablemente se nombrará ese día como no laboral. Las casas exhibirán el tricolor como si se tratara de una fecha patria. Esquivel y Farías darán declaraciones diciendo lo contentos que están de que lo que no pudieron hacer ellos lo están haciendo otros.
Todos sonreirán en la calle, se saludarán entre vecinos. Ese día la gente dirá buenos días, buenas tardes, buenas noches, gracias y por favor. Parecerá navidad con utilidades. Rápidamente Chino y Nacho harán un reggaetón junto a otros artistas para homenajear a la Vinotinto. Harán una cuña estilo mensaje de fin de año donde todas las personalidades de la televisión se unan para felicitar a sus jugadores.
En fin... Probablemente pasen todas esas cosas y otras más. Pero sobre todo me gustaría pensar que desde mucho antes de ese día ya los venezolanos se lo crean. Que la Federación funcione, no como una fiestecita de complacencias, sino como una institución que trabaje de verdad. Que el fútbol haya crecido porque se invirtió en su profesionalización. Que el talento haya recibido el apoyo que necesitaba, porque eso sí hay aquí: talento. Que la gente se haya dado cuenta de que en su país habían jugadores desde hace tiempo jugando por ellos. Que esa misma gente haya lamentado las derrotas en el camino, haya saltado de alegría con las victorias y discutido afanosamente los empates tomándose un café en la panadería.
Finalmente, me gustaría ir a ver el partido que habrá en junio entre España y Venezuela pero creo que me quedaré en casa a verlo por televisión. A los que desde el domingo comprando las entradas tendrán la camisa de "La Roja" puesta, en vez de la Vinotinto, les mando un mensaje para pensar mientras hacen la cola: el día que pase todo lo que conté antes ustedes serán los primeros en decir "de Venezuela soy". Los invito a que practiquen desde ahorita, cuando estén en el José Antonio Anzoátegui en medio de un grupo de niñas (y niños también) gritando "Casillas te amo", piensen que todo empieza con ustedes. Disfruten del fútbol, pero cuando quieran llorar y sentir orgullo háganlo con lo que es de ustedes. Hagan una victoria propia: la que se escribe con "V" de Venezuela y de Vinotinto.
sábado, 7 de mayo de 2011
Celebremos que pasó
Ayer fue mi último examen universitario. Sí, exacto: eso quiere decir que terminé la carrera y ya me llaman por ahí licenciada Sofía Álvarez (de esto hablamos en otro post). Lo que quiero compartir hoy es el video que hicimos para la última clase de cine y que estrenamos el jueves. Más allá de ser una gran producción audiovisual, es una celebración de las cosas buenas (así lo veo yo) y un resumen, si se quiere, de los últimos cinco años en la UMA. ¡Espero que lo disfruten!
Videoclip - remake - lipdub from Elena Sanchez Vilela on Vimeo.
miércoles, 2 de marzo de 2011
Plaza M.
Una tarde me senté en la Plaza Miranda de Los Dos Caminos, no tenía más nada que hacer y la curiosidad me llamó (es una característica propia del lugar). Crucé las piernas en posición de indio, esa que te enseñan en pre-escolar, y me quedé observando todo en silencio. Perdí la noción del tiempo entre los que bailaban con un radio ochentoso inmenso, los que patinaban y caída tras caída se levantaban e intentaban hasta lograr la pirueta deseada, los raperos improvisando y los niños corriendo.
Sin darme cuenta los carros estacionados en la cola dejaron de escucharse y me quedé en los acordes de la diversidad urbana que me rodeaba. Oscureció y recordé que debía volver a casa. Me levanté y me fui, eso sí, volteando dos o tres veces hacia atrás.
Hace semanas en la universidad discutíamos el tema de un documental que debíamos hacer para la clase de cine. En principio, lo haríamos de decepciones amorosas. Pero luego, una mañana, de pronto recordé. "Y si lo hacemos de la Plaza del Millenium". A todas les gustó la idea y yo pensaba "es lo mejor que se me ha ocurrido últimamente".
Así fue como este martes presentamos "Plaza M.", dirigido por una de las personas más creativas que conozco: Elena Sánchez Vilela (elenaenvacaciones.com), memoricen ese nombre porque lo van a escuchar mucho en un futuro cercano. Junto a las productoras: Daniela Ruiz, Annys Machado y Oriana Montilla.
Sin más que decir, aquí está...
Sin darme cuenta los carros estacionados en la cola dejaron de escucharse y me quedé en los acordes de la diversidad urbana que me rodeaba. Oscureció y recordé que debía volver a casa. Me levanté y me fui, eso sí, volteando dos o tres veces hacia atrás.
Hace semanas en la universidad discutíamos el tema de un documental que debíamos hacer para la clase de cine. En principio, lo haríamos de decepciones amorosas. Pero luego, una mañana, de pronto recordé. "Y si lo hacemos de la Plaza del Millenium". A todas les gustó la idea y yo pensaba "es lo mejor que se me ha ocurrido últimamente".
Así fue como este martes presentamos "Plaza M.", dirigido por una de las personas más creativas que conozco: Elena Sánchez Vilela (elenaenvacaciones.com), memoricen ese nombre porque lo van a escuchar mucho en un futuro cercano. Junto a las productoras: Daniela Ruiz, Annys Machado y Oriana Montilla.
Sin más que decir, aquí está...
lunes, 31 de enero de 2011
Tenía dos años cuando Caribes...
Tenía dos años cuando Caribes de Oriente ingresó a la Liga de Beisbol Profesional Venezolano (LVBP). Pasó más de una década para que me comenzara a importar ese deporte. Recuerdo que todo empezó en el la serie semifinal del 2004: mi primera vez en el estadio. Fue en el Alfonso "Chico" Carrasquel de Puerto La Cruz, donde los de casa recibían a los Leones del Caracas. Ese día pudieron pasar dos cosas: convertirme en seguidora de los capitalinos porque a pesar de estar en territorio oriental los fanáticos eran en su mayoría de los melenudos, o estando y siendo de Anzoátegui no ponerme a inventar. Pasó lo segundo.
No recuerdo haberlo pensado mucho, fue mas bien como natural. Se me hacía más sencillo identificarme con algo que aunque no conocía sentía mío. ¿Regionalista? A lo mejor. Lo cierto es que desde ese día fui de los Caribes. Llámenlo casualidad, pero ese año la novena indígena llegó a su primera final ante los Tigres de Aragua. Después de casi 14 años de fundación "la tribu" llegaba a la última instancia del campeonato. Llegaron hasta el séptimo juego y perdieron.
Ese mismo año el lanzador criollo Johán Santana ganó el premio Cy Young de la Liga Américana, el premio más importante para un jugador de su posición en las Grandes Ligas. Mi papá me contó justo en el último juego que abrió esa temporada Santana con los Mellizos de Minnesota lo que significaba todo aquello que yo apenas estaba conociéndo. Posteriormente a la charla de mi papá anunciaban que el gocho era el primer venezolano en ganarlo, ya no había vuelta atrás: me había enamorado del beisbol.
Dulce y salado
Se podría decir que fue bueno empezar a seguir el beisbol en un año tan importante como fue el 2004, todo era emoción y buenas noticias para el país y para los orientales. Pero lo cierto es que no fue tan bueno por lo que vino después: Caribes no podía avanzar en el Round Robin -si es que llegaban a esa instancia-. Achacaban los problemas a la mala gerencia de la directiva, a la falta de apoyo de los fanáticos, etc. Sin embargo, el compromiso ya estaba hecho: ese era mi equipo y por más que me dijeran que eran unos "perdedores", "nulos" o "cagados", ya no había marcha atrás y además yo no quería cambiar de camiseta.
Debieron pasar seis temporadas de decepciones para que Caribes volviera a una final: cambio de imagen, de directiva, de nombre, remodelación del estadio y la posibilidad de una mudanza. Los fanáticos temimos lo peor, por un momento me pregunté cómo seguiría siendo de un equipo que ahora jugaría en Puerto Ordaz: desastre.
Al final -afortunadamente- no fue así. Llegó la temporada 2010-2011. Las cosas empezaron bien, Álex Herrera (abridor aborígen) fue el jugador de esa primera semana de temporada, por un momento el equipo fue líder, para luego bajar y mantenerse en la mitad de la tabla hasta su pase al "todos contra todos". Las victorias siguieron llegando, muchas veces sufridas, sí, pero llegaban. Estaban perfilados, parecía que se les había metido entre ceja y ceja que "este sí sería el año".
La Tribu oriental fue el primer clasificado a la serie decisiva y un día después Tigres logró el pase ante los Leones. La "sorpresa del año" contra el "equipo de la década". Lo que viene son detalles recientes que se conocen, llegamos de nuevo al séptimo, la historia parecía repetirse, con la excepción de que esta vez el final feliz sería para los de Puerto La Cruz.
Lo mejor es que a diferencia del 2004, los fanáticos de Caribes tenían más confianza en el equipo, creyeron más, aumentaron en número, llenaron el estadio, entonaron nuevos cánticos y ejecutaron nuevos pasos de baile. El "Chico" estaba lleno y no era por Caracas o Magallanes, era por los suyos: los de casa.
¿Que si disfruto que mi equipo sea campeón? Sí, ciertamente lo hago. Pero más que la victoria me llena de orgullo saber que valió la pena esperar, trabajar y apoyar. De eso se trata: de creer en algo que aunque sientas que no genera resultados inmediatos va quedándose en ti. Orgullosa de ser oriental, de ser de Caribes y de haber creído siempre.
No recuerdo haberlo pensado mucho, fue mas bien como natural. Se me hacía más sencillo identificarme con algo que aunque no conocía sentía mío. ¿Regionalista? A lo mejor. Lo cierto es que desde ese día fui de los Caribes. Llámenlo casualidad, pero ese año la novena indígena llegó a su primera final ante los Tigres de Aragua. Después de casi 14 años de fundación "la tribu" llegaba a la última instancia del campeonato. Llegaron hasta el séptimo juego y perdieron.
Ese mismo año el lanzador criollo Johán Santana ganó el premio Cy Young de la Liga Américana, el premio más importante para un jugador de su posición en las Grandes Ligas. Mi papá me contó justo en el último juego que abrió esa temporada Santana con los Mellizos de Minnesota lo que significaba todo aquello que yo apenas estaba conociéndo. Posteriormente a la charla de mi papá anunciaban que el gocho era el primer venezolano en ganarlo, ya no había vuelta atrás: me había enamorado del beisbol.
Dulce y salado
Se podría decir que fue bueno empezar a seguir el beisbol en un año tan importante como fue el 2004, todo era emoción y buenas noticias para el país y para los orientales. Pero lo cierto es que no fue tan bueno por lo que vino después: Caribes no podía avanzar en el Round Robin -si es que llegaban a esa instancia-. Achacaban los problemas a la mala gerencia de la directiva, a la falta de apoyo de los fanáticos, etc. Sin embargo, el compromiso ya estaba hecho: ese era mi equipo y por más que me dijeran que eran unos "perdedores", "nulos" o "cagados", ya no había marcha atrás y además yo no quería cambiar de camiseta.
Debieron pasar seis temporadas de decepciones para que Caribes volviera a una final: cambio de imagen, de directiva, de nombre, remodelación del estadio y la posibilidad de una mudanza. Los fanáticos temimos lo peor, por un momento me pregunté cómo seguiría siendo de un equipo que ahora jugaría en Puerto Ordaz: desastre.
Al final -afortunadamente- no fue así. Llegó la temporada 2010-2011. Las cosas empezaron bien, Álex Herrera (abridor aborígen) fue el jugador de esa primera semana de temporada, por un momento el equipo fue líder, para luego bajar y mantenerse en la mitad de la tabla hasta su pase al "todos contra todos". Las victorias siguieron llegando, muchas veces sufridas, sí, pero llegaban. Estaban perfilados, parecía que se les había metido entre ceja y ceja que "este sí sería el año".
La Tribu oriental fue el primer clasificado a la serie decisiva y un día después Tigres logró el pase ante los Leones. La "sorpresa del año" contra el "equipo de la década". Lo que viene son detalles recientes que se conocen, llegamos de nuevo al séptimo, la historia parecía repetirse, con la excepción de que esta vez el final feliz sería para los de Puerto La Cruz.
Lo mejor es que a diferencia del 2004, los fanáticos de Caribes tenían más confianza en el equipo, creyeron más, aumentaron en número, llenaron el estadio, entonaron nuevos cánticos y ejecutaron nuevos pasos de baile. El "Chico" estaba lleno y no era por Caracas o Magallanes, era por los suyos: los de casa.
¿Que si disfruto que mi equipo sea campeón? Sí, ciertamente lo hago. Pero más que la victoria me llena de orgullo saber que valió la pena esperar, trabajar y apoyar. De eso se trata: de creer en algo que aunque sientas que no genera resultados inmediatos va quedándose en ti. Orgullosa de ser oriental, de ser de Caribes y de haber creído siempre.
domingo, 23 de enero de 2011
Nada es prefecto, lo recordó Clint Eastwood
Nada es perfecto. Esa es la premisa de la que parto porque si no fuese cierta no habrían pasado más de dos meses antes de publicar un nuevo post en la libreta. Sin embargo, varias razones que no vienen al caso en este momento evitaron que pudiera regresar antes. Dicho eso como un intento de disculpa, la frase también se pasea por aquí porque hoy tuve uno de "esos días".
En la mañana, sin levantarme siquiera decidí continuar con una película que había iniciado la noche anterior. Se trataba de "127 horas", basada en la historia real de Aaron Ralston, un escalador norteamericano quien en 2003 tomó una difícil decisión -que no quiero revelar antes de que vean el film- luego de quedar atrapado por una gran piedra.
Podría tratarse de otra película de la vida real, sólo otra, no más. Incluso de otra gringada, esa tendencia de convertir a todos en héroes. Pero no fue así, afortunadamente. En gran medida, esto se debe a la dirección de Dany Boyle, sí, el mismo de "Slumdog Millionaire" (Quisiera ser millonario), ganadora del Oscar a la mejor película en el 2009.
Otro factor es James Franco. El intérprete logró el papel de su vida y además lo interpretó maravillosamente. Espero verlo en la lista de nominados a mejor actor en los próximos Premios de la Academia. La producción no será la película del año pero merece la pena, sin duda. Tiene buenas imágenes, excelente montaje, impecable postproducción como la que nos sorprendió hace dos años con Slumdog... Efectos especiales, emoción, drama, tragicomedia; todo en un paquete que divierte y te deja nostálgico. De momento, reprimido con las ganas de llorar o de salir a comerte el mundo. Hay que verla.
El momento lamentable
Debo volver a la frase inicial, lastimosamente. En la tarde me trasladé hasta el C.C. Líder, en Los Cortijos, para ver una película que llegó esta semana a la cartelera. Pensé en ver "Red" por su reparto -Morgan Freeman, John Malkovich, Helen Mirren- y porque el trailer me recordó un poco a "Quémese después de leerse" de los hermanos Coen. Pero una comedia con grandes efectos especiales no llevaba una ventaja real sobre una película escrita y dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Matt Damon. Mala decisión.
¿Sorpresa? ¿Decepción? Con un film titulado "Más allá de la vida" muchos dirían "¿qué esperabas?". Lo cierto es que esperaba más de lo que conseguí. Una historia sin pretensiones, sin sorpresas, sin emoción, salvo algunos momentos cortos. Un guión deficiente y hasta aburrida. Al salir de la sala estaba ese lamento, no tanto por haber visto una película "mala", sino una película "mala" de un buen director.
Pero supongo que eso pasa, incluso a Clint. Mientras escribo veo el primer juego de la final del beisbol venezolano y como flashes que vienen y van, Morgan Freeman me mira con esa sonrisa justa y cómplice, diciéndome "hubieses entrado a la otra función".
En la mañana, sin levantarme siquiera decidí continuar con una película que había iniciado la noche anterior. Se trataba de "127 horas", basada en la historia real de Aaron Ralston, un escalador norteamericano quien en 2003 tomó una difícil decisión -que no quiero revelar antes de que vean el film- luego de quedar atrapado por una gran piedra.
Podría tratarse de otra película de la vida real, sólo otra, no más. Incluso de otra gringada, esa tendencia de convertir a todos en héroes. Pero no fue así, afortunadamente. En gran medida, esto se debe a la dirección de Dany Boyle, sí, el mismo de "Slumdog Millionaire" (Quisiera ser millonario), ganadora del Oscar a la mejor película en el 2009.
Otro factor es James Franco. El intérprete logró el papel de su vida y además lo interpretó maravillosamente. Espero verlo en la lista de nominados a mejor actor en los próximos Premios de la Academia. La producción no será la película del año pero merece la pena, sin duda. Tiene buenas imágenes, excelente montaje, impecable postproducción como la que nos sorprendió hace dos años con Slumdog... Efectos especiales, emoción, drama, tragicomedia; todo en un paquete que divierte y te deja nostálgico. De momento, reprimido con las ganas de llorar o de salir a comerte el mundo. Hay que verla.
El momento lamentable
Debo volver a la frase inicial, lastimosamente. En la tarde me trasladé hasta el C.C. Líder, en Los Cortijos, para ver una película que llegó esta semana a la cartelera. Pensé en ver "Red" por su reparto -Morgan Freeman, John Malkovich, Helen Mirren- y porque el trailer me recordó un poco a "Quémese después de leerse" de los hermanos Coen. Pero una comedia con grandes efectos especiales no llevaba una ventaja real sobre una película escrita y dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Matt Damon. Mala decisión.
¿Sorpresa? ¿Decepción? Con un film titulado "Más allá de la vida" muchos dirían "¿qué esperabas?". Lo cierto es que esperaba más de lo que conseguí. Una historia sin pretensiones, sin sorpresas, sin emoción, salvo algunos momentos cortos. Un guión deficiente y hasta aburrida. Al salir de la sala estaba ese lamento, no tanto por haber visto una película "mala", sino una película "mala" de un buen director.
Pero supongo que eso pasa, incluso a Clint. Mientras escribo veo el primer juego de la final del beisbol venezolano y como flashes que vienen y van, Morgan Freeman me mira con esa sonrisa justa y cómplice, diciéndome "hubieses entrado a la otra función".
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