jueves, 24 de noviembre de 2011

Ese domingo

Ya hemos escuchado antes alguna vez que la felicidad de las personas que queremos nos termina haciendo felices a nosotros mismos. No solo lo hemos escuchado, creo que todos en algún punto lo hemos sentido, hasta por los triunfos de desconocidos, esos que nos llenan de esperanza.

Es aquí donde me voy al pasado domingo para contar algo que me sucedió. Ya había adelantado en el post anterior que este partido al que asistí hace cuatro días era súper importante, lo llaman "el clásico de la capital" que enfrenta a Caracas FC y a Deportivo Petare.

Antecedentes
El primer juego de fútbol al que fui rivalizaba al Caracas y Estrella Roja, recuerdo que nunca había estado al lado de una barra que cantara sin parar para alentar a su equipo. Hasta ese momento la única referencia personal que tenía de un deporte profesional era el beisbol, y sabemos que en ese caso el ambiente en el estadio es diferente.

Me enamoré inmediatamente. El estadio no estaba ni cerca de estar lleno y el nivel de juego era bastante desigual, pero ahí estaba yo sintiendo esa vibra del fútbol, por primera vez de un equipo de mi país, no de una selección extranjera en un mundial.

A partir de ahí estuvo bastante claro para mí: "soy del Caracas", "ese es mi equipo", "yo le voy a los Rojos". Sin embargo, desde hace unos meses he sentido que los engaño, me alegro por sus victorias, pero no es igual que antes. No había ido a ninguno de sus partidos esta temporada pero sí a ver a otro equipo.

Ese día
Entonces el domingo, todo llegó a donde tenía que llegar. Ahí estaban los dos causantes de aquello que me aquejaba desde hacía meses. Como ya el cuento se está haciendo largo me voy al punto. Hay momentos en los que se supone que las cosas son sencillas: si eres de un equipo te alegrarás con sus victorias y te entristecerás con sus derrotas. Resulta que no es así de blanco y negro. Si la derrota de ese equipo -tu equipo- implica la victoria de alguien que quieres, tu alegría será mayor.

Ahí estaba yo: celebrando los goles del otro, del que no es "el mío". Incluso cuando "mi equipo" anotó su único tanto yo ni me inmuté, y por primera vez sentí que con su buen juego las cosas estaban saliendo mal. Nada de eso me hizo sentir culpable, ni siquiera cuando el árbitro dio el pitazo final que sellaba el 1-4. Ahí mucho menos, porque no recuerdo haberme sentido más feliz después de un partido de fútbol.

Porque ahí entre los ganadores estabas tú, disfrutando el resultado del esfuerzo, del trabajo y la disciplina. Entendí que no soy de ningún equipo, sino que estoy contigo y eso me hace sentir la más ganadora del mundo.

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