sábado, 13 de noviembre de 2010

Testigos mudos (Cuento 6/ Descripción)


Entre libro y libro, los pequeños espacios miraban hacia afuera cautelosos. El techo alto vigilaba cada centímetro del suelo. Nada se movía y todo parecía estar en su lugar: el escritorio y su silla custodiándolo, ambos serios y oscuros. No había polvo ni desorden, las lámparas estaban apagadas y una luz tenue se escurría por el cristal de la ventana.

Todo alrededor era rugoso y de distintas tonalidades, las paredes no eran de cemento sino murallas de lomos claros y opacos como vainilla y almendras, de colores tierra, canela y chocolate, en los que se leía García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Bello.

En una repisa una mariposa inmóvil tenía sus alas color turquesa abiertas y algo de polen a su lado. Habían hojas caídas que se entrometían ensuciando el piso que se alumbraba con la claridad de la tarde.

Los rayos del sol eran líneas claras y brillantes, naranjas y amarillas, que iniciaban afuera sobre el jardín y culminaban dentro, bajo el escritorio. Había agua derramada desordenadamente, un charco en forma de caracol estaba rodeado por pequeños círculos deformes y gotas dispersas. La mancha de líquido más lejana estaba cerca de un mueble y debajo de él un vaso descansaba recostado de la pared.

Un frasco de pastillas con huellas de dedos ensangrentados se escondía en un rincón. El pequeño envase vacío tenía una etiqueta decolorada en la que se leía “de estricta prescripción facultativa, una toma diaria”.

Sospechas (Cuento 5/ Diálogos)



- Le explico otra vez: apenas entré a la casa no me gustó el silencio que había, a esa hora era extraño que no estuviera el televisor prendido, en ese momento supe que algo andaba mal.

- ¿Por qué me sigue preguntando eso? No llamé a nadie porque no sabía lo que había pasado. Era una sensación, sólo eso, un presentimiento.

- Empecé a llamar a Carlos, grité varias veces sin recibir respuesta. Caminé hasta la cocina y fue cuando vi toda la comida derramada en el suelo, la nevera entreabierta y unos platos rotos en el fregadero.

- No. ¡No pedí ayuda en ese momento, ni se me ocurrió llamar a nadie! ¿Acaso usted lo hubiese hecho, con todos esos pensamientos? ¿Temiendo lo peor? No sé ni para qué le pregunto, usted y yo somos completamente diferentes. ¡Usted no entiende nada!

- Si estuviera tratando de entender, ya lo hubiese hecho. ¡Esto no tiene ningún sentido!

- ¡Pues investigue! Pero allá afuera, en la casa, donde le de la gana, pero yo no sé más nada.

- ¡Yo no estoy entorpeciendo nada! ¡Ey, el que está al lado de la puerta! ¿Será que usted sí puede darme un vaso de agua? Gracias.

- No me estoy desviando, simplemente no hay nada más que tenga que decir. Sólo estoy repitiendo las mismas cosas una y otra vez. ¿Hasta cuándo?

- Sí, me doy cuenta de eso y no me importa, yo sé que soy inocente. ¡Allá todos ustedes, montón de ineptos!

- ¿Qué tal si en vez de amenazar, se encarga de encontrar a quien mató a Carlos?

- Tranquilo que no voy a ninguna parte, comisario. Si así lo quiere, nos vemos en el juicio.