martes, 30 de julio de 2013

Fealdad

Las cosas bonitas, todas, se agradecen. Un paisaje, un sabor, un aroma, una historia, una noticia, un amor...

La verdad, no siempre todo es bonito y eso también se agradece. Creo que en algunos momentos de la vida se hace necesario percibir y asumir un poco de lo que está mal, de lo que daña la foto. La vida pide esos momentos y al mismo tiempo los proporciona.

Pensé en eso ayer cuando, en vez de tuitear una de esas curiosidades y cosas maravillosas que pasan en el mundo todos los días, compartí un ensayo sobre el abuso de poder y el racismo tan presentes hoy como hace siglos atrás.

A partir de allí reflexioné y visualicé que es imposible vivir por mucho tiempo dentro de una burbuja. Crear un mundo paralelo donde todo sea bueno y bello puede funcionar para escribir un cuento, pero no para la vida real. Y qué aburrido sería que todo fuese felicidad siempre. Que todos sonrieran siempre, que tomaran la mano del necesitado, cedieran el paso, ayudaran desinteresadamente...

Suena feo, pero lamentablemente es así. Los seres humanos por alguna razón necesitan las dificultades, los obstáculos, el sufrimiento y las derrotas.

Como siempre, extrapolé un poco la situación hacia mis escapes favoritos: la música y el cine (caben las series de televisión). Y pude constatar que allí también encaja esta teoría.

Empezando por lo primero: me encantan esas bandas sonoras nostálgicas, que te sumergen en un estado de vacío y desconsuelo, suena a drama queen, pero de verdad hay días que necesito escuchar ese tipo de música: algo así como la banda sonora de Atonement. No digo que siempre, pero hay momentos.

Con las películas se ve un poco más claro: los finales felices son muy predecibles. Y en la mayoría de los casos son poco originales. Las historias ligeras pueden llegar a aburrir. Por algo dos de mis películas favoritas son The reader y There will be blood.

Tampoco es casualidad que las series más recientes que empecé a ver sean Hannibal y Bates Motel. Sangrientas hasta niveles grotescos -sobretodo la primera- pero al mismo tiempo con una belleza artística exquisita.

Creo que el sufrimiento tiene también una belleza insospechada. Un matiz que da vida a rasgos de nosotros mismos que nunca habrían salido a la luz. Que hablan de nosotros y nos ayudan a conocernos desde lo más profundo. A explorar y sentir algo nuevo. Algo que siempre ha estado.

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