jueves, 11 de julio de 2013

Cada historia contada

He estado pensando por qué me gusta que me cuenten historias. Una historia interesante me puede entretener, en algún momento podría hasta identificarme con alguna de sus partes. Una película o una canción tiene el poder de despertar sensaciones en mí, sentimientos que me llevan a redescubrir vivencias, episodios de mi vida y las de otros.

Qué pasa cuando no entiendo una historia. Intento comprender, pregunto, cuestiono, formulo hipótesis, investigo en internet, medito. ¿Es importante para mí lo que quiso expresar el autor? Depende de lo que me haya hecho sentir, de si sembró el germen de la duda, del interés, de la necesidad.

Las historias tienen -o suelen tener- un inicio, un nudo y un final. Distintos opinadores le dan mayor o menor importancia a cada una de esas partes. Yo no sé cuál será más importante, si es que eso es posibole, pero me quedo con el final porque desde el principio siempre quiero llegar ahí, no importa si no me atrapó el comienzo o si me aburrió la mitad, necesito saber cómo termina. Incluso cuando escribo me pongo ansiosa por esa última línea. No sé si será un error, creo que es comprensible y natural en el proceso creativo.

Una historia mala -para mí- es la que no inyecta suficiente, la que cuenta muchas cosas pero no profundiza en ninguna, la que flota en la superficie sin permitir que te sumerjas y te entregues. No digo que cada relato tenga que ser una tesis con antecedentes, marco teórico y referencial -aunque podría-. Sostengo que siempre hay un instante, una frase, una escena que basta para desencadenar todo. Generalmente es una emoción: sorpresa, melancolía, felicidad, amargura, miedo, amor.

Puedo identificarme con Amelie y su temor a terminar la vida completamente sola. Me sentí cercana a la desesperación de Hilary Swank en Million Dollar Baby por aprender a boxear y tener éxito en esa carrera aunque todo estuviera en contra. No hace falta que sepa de boxeo o tenga 34 años. Todos hemos sentido miedo, decepción, rencor, orgullo, y allí está la clave en la historia, hacer esa emoción lo suficientemente honesta y creíble para que el lector o el espectador sea tocado por ella.

Hay veces que no entiendo a primera vista lo que alguien quiso decir y aunque no haya sido del todo placentero el relato, siento la necesidad de descifrarlo. Hay tanta magia y arte en contar una historia, pero sobretodo en diseñarla y darle vida.

Aunque todos los días digo que la realidad siempre supera a la ficción: la imaginación y la inspiración tienen un poder infinito para maravillarnos hasta lo más profundo de nuestro ser. Contemos la que no se ha relatado todavía, la que no entendemos del todo, la nuestra.

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