En sus labios la palabra muerta. El deseo de revancha... o de perdón, quizá. Acariciaba primero el inferior, deslizaba su dedo índice, sentía las imperfecciones, y en cada una de ellas cada error, evocación de los deslices. Su vida en cada roce.
Se encuentra consigo, no hay nadie que la obligue a fingir. Está sola, la silla sosteniendo sus inseguridades, la mesa observando sin emitir juicios. El sentimiento es sobrecogedor, la arropa y la ahoga. En la soledad busca las razones. Indaga en los desencuentros, en los rincones y desaciertos. En las luces también. En sus labios tensados por una sonrisa ligera.
Con la gente siempre tiene que fingir algo. Hay tanto que ocultar y poco que decir. La costumbre de nombrar a los demás, de desviar la atención. De ser celoso con lo propio, de ocultar temores. Trivialidades aceptadas, pasatiempo de un martes.
Cuando se acaricia el pelo piensa en el próximo día, no tiene plan, no sabe qué hacer más allá de cepillar sus dientes y acostarse a dormir, de entregarse a otro sueño. Pensar en el próximo año es un reto. Hacer un postgrado, casarse, viajar a Europa, cambiar de trabajo, leer más, escribir más...
Cada vez es más preciado el acto de tararear una canción. "Siempre una playa y la música", decía. El amor y una imagen, una foto, un tatuaje en el alma y un ardor emancipador en el pecho. El destello de lo que estuvo tan cerca, de lo que sentimos nuestro, lo que no se queda para siempre a tu lado más allá del recuerdo.
Recuérdame a mí. En la canción que bailas solo a la hora en la que nadie te ve; en la que ningún murmullo interrumpe o distrae. Piénsame en mayo, mientras llueve y el reloj se detiene. Viaja y llévame contigo para no despedirnos. Toma mi mano y hablemos tonterías. La genuina alegría de tener como única preocupación hacernos reír el uno al otro. Mírame y sonríe, recuérdame.
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