lunes, 31 de enero de 2011

Tenía dos años cuando Caribes...

Tenía dos años cuando Caribes de Oriente ingresó a la Liga de Beisbol Profesional Venezolano (LVBP). Pasó más de una década para que me comenzara a importar ese deporte. Recuerdo que todo empezó en el la serie semifinal del 2004: mi primera vez en el estadio. Fue en el Alfonso "Chico" Carrasquel de Puerto La Cruz, donde los de casa recibían a los Leones del Caracas. Ese día pudieron pasar dos cosas: convertirme en seguidora de los capitalinos porque a pesar de estar en territorio oriental los fanáticos eran en su mayoría de los melenudos, o estando y siendo de Anzoátegui no ponerme a inventar. Pasó lo segundo.

No recuerdo haberlo pensado mucho, fue mas bien como natural. Se me hacía más sencillo identificarme con algo que aunque no conocía sentía mío. ¿Regionalista? A lo mejor. Lo cierto es que desde ese día fui de los Caribes. Llámenlo casualidad, pero ese año la novena indígena llegó a su primera final ante los Tigres de Aragua. Después de casi 14 años de fundación "la tribu" llegaba a la última instancia del campeonato. Llegaron hasta el séptimo juego y perdieron.

Ese mismo año el lanzador criollo Johán Santana ganó el premio Cy Young de la Liga Américana, el premio más importante para un jugador de su posición en las Grandes Ligas. Mi papá me contó justo en el último juego que abrió esa temporada Santana con los Mellizos de Minnesota lo que significaba todo aquello que yo apenas estaba conociéndo. Posteriormente a la charla de mi papá anunciaban que el gocho era el primer venezolano en ganarlo, ya no había vuelta atrás: me había enamorado del beisbol.

Dulce y salado

Se podría decir que fue bueno empezar a seguir el beisbol en un año tan importante como fue el 2004, todo era emoción y buenas noticias para el país y para los orientales. Pero lo cierto es que no fue tan bueno por lo que vino después: Caribes no podía avanzar en el Round Robin -si es que llegaban a esa instancia-. Achacaban los problemas a la mala gerencia de la directiva, a la falta de apoyo de los fanáticos, etc. Sin embargo, el compromiso ya estaba hecho: ese era mi equipo y por más que me dijeran que eran unos "perdedores", "nulos" o "cagados", ya no había marcha atrás y además yo no quería cambiar de camiseta.

Debieron pasar seis temporadas de decepciones para que Caribes volviera a una final: cambio de imagen, de directiva, de nombre, remodelación del estadio y la posibilidad de una mudanza. Los fanáticos temimos lo peor, por un momento me pregunté cómo seguiría siendo de un equipo que ahora jugaría en Puerto Ordaz: desastre.

Al final -afortunadamente- no fue así. Llegó la temporada 2010-2011. Las cosas empezaron bien, Álex Herrera (abridor aborígen) fue el jugador de esa primera semana de temporada, por un momento el equipo fue líder, para luego bajar y mantenerse en la mitad de la tabla hasta su pase al "todos contra todos". Las victorias siguieron llegando, muchas veces sufridas, sí, pero llegaban. Estaban perfilados, parecía que se les había metido entre ceja y ceja que "este sí sería el año".

La Tribu oriental fue el primer clasificado a la serie decisiva y un día después Tigres logró el pase ante los Leones. La "sorpresa del año" contra el "equipo de la década". Lo que viene son detalles recientes que se conocen, llegamos de nuevo al séptimo, la historia parecía repetirse, con la excepción de que esta vez el final feliz sería para los de Puerto La Cruz.

Lo mejor es que a diferencia del 2004, los fanáticos de Caribes tenían más confianza en el equipo, creyeron más, aumentaron en número, llenaron el estadio, entonaron nuevos cánticos y ejecutaron nuevos pasos de baile. El "Chico" estaba lleno y no era por Caracas o Magallanes, era por los suyos: los de casa.

¿Que si disfruto que mi equipo sea campeón? Sí, ciertamente lo hago. Pero más que la victoria me llena de orgullo saber que valió la pena esperar, trabajar y apoyar. De eso se trata: de creer en algo que aunque sientas que no genera resultados inmediatos va quedándose en ti. Orgullosa de ser oriental, de ser de Caribes y de haber creído siempre.

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