El sábado fui a una función de El Banquito, uno de esos stand-up comedy tan de moda en Venezuela, que cuenta con un elenco ya conocido en la movida humorística de la nueva generación.
El reparto del espectáculo va rotando cada semana, y esta vez fue el turno de Rey Vecchionacce, Nadia María, Víctor Medina y Elías Muñoz.
Debo decir que fue un show simpático, me sacó muchas risas y pude disfrutar de un rato de distendimiento durante el fin de semana. No conocía los espacios de Teatrex en Paseo El Hatillo y me sorprendió gratamente el estado y comodidad de su sala.
Los chistes se pasearon por los típicos problemas de hombres y mujeres: las relaciones de pareja, de familia, la apariencia física, la independencia/dependencia y otros temas cotidianos.
Por supuesto hubo espacio para el costo de la vida, una mirada superficial al tema país y la política.
Me llamó mucho la atención -y he aquí el motivo de este post- que sólo en dos o tres ocasiones la gente gritó y aplaudió, además de reírse, y fue cuando uno de los comediantes mencionó a Winston Vallenilla.
El joven humorista hizo una comparación del candidato oficialista a la Alcaldía de Baruta con la imagen de un producto de limpieza.
Luego sería un estribillo de despedida en el que se ofrecía graciosamente a "matar" al conductor de televisión convertido en político.
No quisiera pecar de severa, sobretodo en el marco de un espacio de humor, en el que se supone que todo es en broma y con intención de divertir, pero no puedo evitar preocuparme por la gravedad de la polarización que ya conocemos.
Es bastante escaso y triste reírse de un chiste tan desgastado en un ciudad tan violenta como Caracas. No culpo al que presentó sus frases, ni siquiera al público que estuvo apunto de soltar consignas políticas. Me indigna en lo que se ha convertido esta sociedad por responsabilidad de unos pocos que se encargaron de dividir y enguerrillar.
Me gustaría que llegara el día en que nos nos cause tanta risa el jueguito macabro de destruir a este país.
lunes, 18 de noviembre de 2013
domingo, 3 de noviembre de 2013
Para no despedirnos
En sus labios la palabra muerta. El deseo de revancha... o de perdón, quizá. Acariciaba primero el inferior, deslizaba su dedo índice, sentía las imperfecciones, y en cada una de ellas cada error, evocación de los deslices. Su vida en cada roce.
Se encuentra consigo, no hay nadie que la obligue a fingir. Está sola, la silla sosteniendo sus inseguridades, la mesa observando sin emitir juicios. El sentimiento es sobrecogedor, la arropa y la ahoga. En la soledad busca las razones. Indaga en los desencuentros, en los rincones y desaciertos. En las luces también. En sus labios tensados por una sonrisa ligera.
Con la gente siempre tiene que fingir algo. Hay tanto que ocultar y poco que decir. La costumbre de nombrar a los demás, de desviar la atención. De ser celoso con lo propio, de ocultar temores. Trivialidades aceptadas, pasatiempo de un martes.
Cuando se acaricia el pelo piensa en el próximo día, no tiene plan, no sabe qué hacer más allá de cepillar sus dientes y acostarse a dormir, de entregarse a otro sueño. Pensar en el próximo año es un reto. Hacer un postgrado, casarse, viajar a Europa, cambiar de trabajo, leer más, escribir más...
Cada vez es más preciado el acto de tararear una canción. "Siempre una playa y la música", decía. El amor y una imagen, una foto, un tatuaje en el alma y un ardor emancipador en el pecho. El destello de lo que estuvo tan cerca, de lo que sentimos nuestro, lo que no se queda para siempre a tu lado más allá del recuerdo.
Recuérdame a mí. En la canción que bailas solo a la hora en la que nadie te ve; en la que ningún murmullo interrumpe o distrae. Piénsame en mayo, mientras llueve y el reloj se detiene. Viaja y llévame contigo para no despedirnos. Toma mi mano y hablemos tonterías. La genuina alegría de tener como única preocupación hacernos reír el uno al otro. Mírame y sonríe, recuérdame.
Se encuentra consigo, no hay nadie que la obligue a fingir. Está sola, la silla sosteniendo sus inseguridades, la mesa observando sin emitir juicios. El sentimiento es sobrecogedor, la arropa y la ahoga. En la soledad busca las razones. Indaga en los desencuentros, en los rincones y desaciertos. En las luces también. En sus labios tensados por una sonrisa ligera.
Con la gente siempre tiene que fingir algo. Hay tanto que ocultar y poco que decir. La costumbre de nombrar a los demás, de desviar la atención. De ser celoso con lo propio, de ocultar temores. Trivialidades aceptadas, pasatiempo de un martes.
Cuando se acaricia el pelo piensa en el próximo día, no tiene plan, no sabe qué hacer más allá de cepillar sus dientes y acostarse a dormir, de entregarse a otro sueño. Pensar en el próximo año es un reto. Hacer un postgrado, casarse, viajar a Europa, cambiar de trabajo, leer más, escribir más...
Cada vez es más preciado el acto de tararear una canción. "Siempre una playa y la música", decía. El amor y una imagen, una foto, un tatuaje en el alma y un ardor emancipador en el pecho. El destello de lo que estuvo tan cerca, de lo que sentimos nuestro, lo que no se queda para siempre a tu lado más allá del recuerdo.
Recuérdame a mí. En la canción que bailas solo a la hora en la que nadie te ve; en la que ningún murmullo interrumpe o distrae. Piénsame en mayo, mientras llueve y el reloj se detiene. Viaja y llévame contigo para no despedirnos. Toma mi mano y hablemos tonterías. La genuina alegría de tener como única preocupación hacernos reír el uno al otro. Mírame y sonríe, recuérdame.
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