lunes, 13 de septiembre de 2010

Cámara en silencio (Cuento 3)


Ya de entrada, el desacuerdo de su esposo ante el viaje era un presagio. Romina deseaba profundamente esos quince días para hacer lo que más amaba: coleccionar momentos con su cámara fotográfica; además llevarle la contraria a su compulsivo compañero de vida era un extra bastante agradable.
El recorrido empezó a documentarse en Barquisimeto, en Lara, el conocido estado musical. Los clics y flashes se mezclaban con la artesanía, la gente y los acordes de un cuatro, cuando sucedió lo inesperado.

-Eh… Romina ¿no?
-¡Sí, hola! -contestó.
-Disculpa el abuso, sé que no nos conocemos mucho pero me dijeron que tal vez tengas una memoria extra que me puedas prestar.
-Claro, no te preocupes. Ya te la doy –dijo Romina, mientras buscaba en su bolso que tenía dentro toda clase de cosas.
-¿Para qué es todo eso, pretendes hacer un atentado o ir a una guerra? –preguntó Javier en tono de broma.
-No, vale –sonrió- dicen que mujer precavida vale por dos –mientras le entregaba el pequeño chip.
-Es verdad, así dicen. Y gracias, Romina, me acabas de salvar.

Después del pequeño encuentro Romina estaba contrariada, con esa sensación de cuando tienes todas las piezas del rompecabezas sobre la mesa, pero sientes que te falta una. Por alguna razón Javier siempre le había parecido un hombre retraído y antipático hasta ese momento. En su mente, cada vez que lo veía en las clases de fotografía, se paseaba el mismo pensamiento: “tan bonito el muchacho y tan repelente”.

Los días fueron pasando rápidamente y entre cada ciudad, pueblo y paisaje que visitaban, Romina y Javier se acercaban más. Se daban cuenta de que tenían cosas en común además del pasatiempo que los unía en ese momento: tenían esa mezcla de ser rockeros tropicales. “No concibo mi vida sin Guaco, pero U2 tiene a veces esa capacidad de devolverme el alma al cuerpo”, decía Romina mientras Javier la miraba como si algo único le hablara.

En la mente de Javier lo único que rondaba era la imagen de un beso, el roce de sus labios con los de ella era una ilusión que volvía más excitante la travesía, aunque varias veces toda aquella escena en su cabeza era interrumpida por las llamadas del esposo de Romina. Cuando su celular sonaba siempre se apartaba y no hacía más que repetir “quince días son quince días pana. No me voy a regresar todavía a Caracas” y trancaba la llamada como si con eso estuviera subiendo el telón de una obra que ella protagonizaba y que sin decir nada más, tanto ella como Javier sabían lo que sucedía.
Al anochecer Javier le mostró unas fotos y empezaron a intercambiar opiniones y comentarios. Romina encontró entre ellas –quizás por accidente, quizás no- unas fotos suyas, varias imágenes de ella como centro. Y cayeron los dos en uno de esos momentos en los que no hay que explicar nada.
-¿Sólo por esta vez? –preguntó ella.
- Sólo por esta vez –contestó él.

Se tocaron, se miraron, se rozaron, se balancearon, se abrazaron y querían aún más. Querían todo y lo tuvieron por un momento. Sólo por un momento. Ese encerrado en la cámara y en la memoria. Al llegar a Caracas no hubo más, sólo silencio. Cada quien siguió con su vida, sabiendo que su momento había pasado ya.

3 comentarios:

  1. Permíteme parafrasear a Pablo Neruda: "Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido".

    Beso, Sofía.

    www.ElDiarioDesconocido.blogspot.com

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