miércoles, 14 de julio de 2010

Un deseo atado a la cama (Cuento 1)


Cristóbal seguía inmóvil en su cama mientras los primeros ensayos de luz rozaban su rostro inmutable. Desde allí miraba la cortina azul en la ventana moverse suavemente hacia delante y hacia atrás; por momentos sentía que su cuerpo se movía al mismo ritmo, que se balanceaba por telepatía, como deseando sacar fuerzas y voluntad para levantarse.

Tal vez se había acostumbrado tanto al ruido, al desorden y a los gritos desesperantes de la noche anterior, que era esa tensa calma amanecida la que no lo dejaba mover sus largas y musculosas piernas. Cerraba sus ojos por segundos y recordaba el sonido de los vidrios rotos en el concreto y al borracho impertinente que gritaba una y otra vez por qué lo había dejado su mujer. Había sido una noche de pesadilla, una tortura para sus oídos, porque mientras otros bailaban y exhibían alegremente sus pecados en la vía pública, él luchaba por conciliar el sueño.

En intentos fracasados sus brazos hacían movimientos rápidos que parecían temblores, espasmos… Quería impulsarse pero algo se lo impedía. En su mente se decía “vamos Cristóbal, levántate”, pero no terminaba de convencerse. Recordó a Lucía, lo bella que se veía anoche, su cabello largo azabache cayendo sobre sus hombros y esa mirada dulce que tenía mientras le decía “ven, vamos a divertirnos, no te vayas todavía”. Cristóbal no podía dejar de reprocharse y preguntarse “¿por qué no le hice caso? ¿Y si me hubiese quedado? No estaría en esta cama… o por lo menos no estaría solo”.

Sin pensarlo y haciendo un giro casi instintivo se levantó de un salto. Poco a poco dio pasos dudosos hacia la ventana, y al llegar: vio la imagen de la soledad de la calle ante sus ojos, la acompañaban la suciedad y la resaca de la borrachera colectiva, pequeños charcos producto de la lluvia y el recuerdo. Era otro día. Otro día que le golpeaba de frente. ¡Como deseaba volver a estar en su tormentosa cama!

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