Sobre Gabriel García Márquez todo el que lo ha leído o conoce tiene algo que decir. Los halagos y homenajes han sido incesantes, como debe ser. Premio Nobel de literatura, periodista apasionado, novelista maravilloso, cronista, investigador... escritor, al fin. Podría seguir ampliando la lista de virtudes que tiene este latinoamericano, este hombre que deja huella imborrable en los que habitamos este continente -y en los que no también-.
Quisiera hablar de lo que viví y cómo me marcó leer por primera vez al Gabo. Cada quien tendrá su cuento, yo quiero echar el mío como si este post fuera de alguna forma homenaje suficiente. En todo caso, es mi flor amarilla, que no se confunda con una despedida, es el saludo eterno y un agradecimiento por la sonrisa que estará siempre entre sus letras.
Como es típico en muchos colegios de este lado del mundo en algún momento del bachillerato es obligatorio leer Cien años de soledad. En mi caso fue en cuarto año. Nadie quería leérselo, les daba mucha flojera, incluida yo. Solo había que ver el grosor de aquel libro para espantarse, éramos adolescentes. La profesora de castellano y literatura fue realista y solo nos asignó leer unos cuantos capítulos. Yo no pude resistir y continué leyendo.
Me hundí en Macondo y sin darme cuenta se volvió un lugar en mi cabeza al que volvería muchas veces cuando alguna situación, persona o sentimiento me recordara sus tierras. Es un pueblo entrañable, no hay forma de no sentir que también es mío. Ese fue mi primer contacto, el flechazo.
Terminé mi bachillerato, me gradué de educación diversificada y ya estaba lista para ir a la universidad y prepararme como comunicadora social, como periodista. Llegué a Caracas, a la Monteávila y qué aire frío me recorrería el cuerpo cuando la profesora de Redacción y Estilo nos anunció que leeríamos para el final de la materia Noticia de un secuestro de García Márquez. Otra vez llegaba a mí, como si fuera parte del destino, así lo quería ver yo, no como algo obvio cuando estudias una carrera humanística o ligada a la comunicación.
Periodismo literario. Ni siquiera sabía que eso existía. "Mierda", dije cuando me di cuenta que alguien podía hablar de un hecho real con aquella vena periodística, aquella experticia al entrevistar e investigar, y al mismo tiempo escribir una novela. Bendito momento. Se convirtió en mi ídolo, en el genio al que acudiría como inspiración para intentar escribir algo medianamente decente en este blog.
Crónica de una muerte anunciada, El Coronel no tiene quien le escriba, Relato de un naufrago, Memorias de mis putas tristes, El otoño del patriarca... Tantos leídos, otros todavía por leer, todos en mi repisa esperando, sosteniendo el sentimiento de que siempre habrá algo que no conozca todavía de ese mundo que creó el Gabo.
Leo las Cartas y Recuerdos que Plinio Apuleyo Mendoza publicó sobre él. Es como si estuviera viajando a su lado, intercambiando correspondencia, reviviendo cosas... Es que así es la vida, una colección de memorias que van y vienen. Gabo: no te has ido, solo nos toca vivirte.