Con camisa azul, saco marrón, jeans y zapatos negros entró a la casa con una caja de cartón entre los brazos. Luego de despojarse de su cargamento, caminó hacia el final del pasillo muy seguro del lugar al que se dirigía. Dijo “buenos días” y dio una rápida pero sutil mirada a los presentes. Un hombre serio -primer pensamiento- o lo que algunos llamarían “un señor” se sentó a la cabeza de la larga mesa rodeada de estudiantes.
Gonzalo Himiob Santomé pierde la noción del tiempo al escribir, en medio de ese ritual que conlleva fumar la pipa “a la hora del burro”. “Son los escritores los que pueden crear sueños… Mover la emoción guiada por la razón”, dice el escritor vespertino, sin titubear. Es abogado de profesión y también ejerce la docencia a nivel universitario –esa facilidad para dominar a la clase se manifestó cuando todos los oyentes prestaban absoluta atención a lo que el invitado decía-.
Yo no conocía su primera novela, “Ausencias deja la noche”, de la que hablamos mucho durante las casi dos horas que duró el encuentro. Publicada a principios de este año, en la obra de Himiob, según lo que comentó, “la noche deja muchas ausencias, empezando por la ausencia del saber, para luego irse materializando otras”.
Sin haberla leído todavía, hay algo que me llama a ella: hay una sensación, un presentimiento de que hay algo escrito allí que conozco y que me espera. La tengo en mis manos y leo una y otra vez una nota a bolígrafo en tinta negra que dice: “¿Parte de esta historia? ¿Inadvertida?”. No lo sé aún.
Foto: Klainer Arceu
Ahora imagino a Himiob, ese hombre que no viene del mundo de las letras pero que confía en “el poder integrador del lector”, que es bajista de a ratos y que se inspira en la magia de Caracas. Inevitablemente lo imagino como él mismo dijo: escribiendo a dos dedos, durísimo y escuchando “Tom Sawyer”, mientras fuma de su pipa y se sumerge en un mundo al que somos atraídos sin remedio.
sábado, 16 de octubre de 2010
miércoles, 13 de octubre de 2010
Maruja Muci Vive tiempos modernos
Una niña sentada en la sala de su casa observa a su padre tocar el piano, emulando a puro oído los sonidos tradicionales del jazz. Desde que recuerda, toda esa música conforma la banda sonora de su vida –si esta fuese una película- hasta convertirse no sólo en un acompañante inseparable, sino también en parte de ella. Esa niña, hoy ya adulta, es Maruja Muci, una caraqueña de 47 años, cantante y compositora que cuenta hasta ahora con tres producciones discográficas, todas con un aire de jazz, aunque la artista no se descubre sólo en ese mundo.
En su casa, ubicada en el este de Caracas, se desplaza en su ambiente natural. Camina por el pasillo, delgada cual bailarina de ballet, de cabellera rubia y con una voz grave pero sutil. Se sienta en un sillón de la sala que ella misma rueda para colocarse de frente, toma una de sus guitarras acústicas y toca varios acordes mientras se pone cómoda. Con postura firme y mirada directa habla acerca del oficio que ha practicado toda su vida pero que desde hace apenas cinco años se convirtió en su carrera.
“Yo me considero una cantante primero que todo. Catalogarme únicamente como una jazzista sería ponerme una camisa muy pequeña”, advirtie la artista que por una parte importante del público es considerada intérprete de este único género. Su primer disco Dreaming in Caracas (2005) es una fusión de jazz y bossa. La segunda placa, My funny Valentine (2008), está completamente dedicada al género que inmortalizó a Ella Fitzgerald, el llamado The Great American Song Book. Su tercer y último trabajo discográfico, Tiempos Modernos, que será lanzado oficialmente en un concierto en la sala Corp Banca el próximo 14 de octubre, abre un cambio en la carrera de Muci.
“Tiempos Modernos es otra cosa: una mezcla entre world music, electrónica y ritmos venezolanos, lleno de atmósferas, sonidos y texturas”, cuenta orgullosa. Tal postura no se debe a mera alegría y pavoneo por culminar un trabajo, es también la satisfacción de tener en físico la música que tardó tres años en grabar.
“Es un disco que se hizo muy compartido. Fue muy divertido el proceso a distancia: yo estaba aquí (Caracas) donde grabé la percusión, el guitarrista estaba en España”, explica mientras comenta “yo al guitarrista no lo conozco, no le he visto la cara nunca, todo fue una colaboración a distancia que lo hizo súper interesante y claro, más largo”.
“Un montón de papeles guardados” como ella misma describe, fueron la punta de lanza para la realización de Tiempos Modernos. Pensamientos, notas, prosas y ensayos que empezó a escribir en 2006 y que, de la mano del productor Adrian Holtz, acabaron en diez temas grabados entre Nueva York, Caracas y Madrid.
Justamente la participación de Holtz y la colaboración del español Jesús de Andrés ayudaron a darle un toque más internacional al álbum, que en la opinión de Muci es a lo que deben aspirar todos los artistas venezolanos. “Lo que está sucediendo con la música aquí es alucinante y ojalá se pueda difundir muchísimo más e internacionalizarse porque creo que esa es siempre la ilusión”.
Para este momento una llamada interrumpe por unos minutos la conversación, una mano sostiene el teléfono celular, y la otra no suelta la guitarra. Repite varias veces que está en medio de una entrevista hasta que finalmente se despide de quien la ha llamado. Pide disculpas, mientras su rostro se pinta de esa expresión común en Caracas, abriendo sus ojos verdes como cuestionando algo, esa que es consecuencia de caos y ajetreos. Sin embargo, como si se presionara un botón en alguna parte de su cuerpo, al regresar al tema del disco automáticamente cambia el tono de voz, se relaja y la atmósfera se suaviza. “Soy inmensamente feliz arriba del escenario, siento que puedo aportar mucho porque he estado por años de este lado, del lado del espectador, más o menos tengo una idea de cómo deberían ser las cosas”, dice Muci mientras agrega “eso no significa que todas se den como yo quiero, pero eso sí, siempre con profesionalismo y calidad”.
De letras
Los diez temas dentro de Tiempos Modernos corresponden a un tipo de “música suave” que se atrevió a fusionar con ritmos asiáticos, flamencos y brasileños, por nombrar algunos. Su faceta de madre, los amores virtuales, la soledad y la libertad forman parte de los temas que se tocan en las canciones.
“Este disco me dio la oportunidad de explorar una cantidad de temas que uno no explora todos los días”. Y es que la realidad de estos tiempos, no sólo en Venezuela sino en el mundo entero, no es ajena a Muci, que deja en evidencia en cada una de sus canciones el entorno que la rodea y los temas que llaman su atención, como artista y también como ciudadana.
La sexta canción del disco que se titula pensamiento libre reza en su primera estrofa “Luz son mis palabras nadie me hará enmudecer/ no quiero más consignas ni órdenes aprender/ la censura es fría, se cobija en el poder/ mi voz serena es un río que nadie va a contener/ no hay cárcel ni hay enemigo que me haga enmudecer”.
Muci no la interpreta en ese momento pero sobre la carga política del tema revela “esa canción la escribí pensando en la situación de la mujer sometida a través de la historia de la humanidad, situaciones en las que no hemos tenido libertad. Verdaderamente los venezolanos estamos en un momento donde las libertades se nos van achicando y es muy difícil no relacionarla, de hecho la canción está dedicada a Orlando Zapata Tamayo –preso político cubano que murió tras una huelga de hambre- y no sólo a él, sino a Franklin Brito aquí –fallecido poco después- en Venezuela”.
Hablar de tiempos modernos es introducirse en un mundo globalizado, digital y muchas veces virtual, en el que estar más cerca y más comunicado puede significar a la vez más distancia y lejanía. Es justamente en este contexto de ruido y velocidad, en el que Muci le canta a la soledad, pero no lo hace tildándola de amarga, cruel o triste, sino de promiscua.
“Para este tema me inspiró Nueva York, acababa de morir mi padrastro y me vi en esas calles atestadas de gente, en el metro a la hora pico con alguien respirándote encima y sintiendo aquella soledad tan horrible”, confiesa al tiempo que concluye “es una promiscuidad, porque te estás tocando con todo el mundo, pero estás solo”.
Es así, que entre tweets y amores 2.0, la música de Maruja se percibe como un oasis para sentir y deleitar el oído, con ritmos que evocan momentos de ayer, de hoy y de siempre, desde los sentimientos que jamás abandonan al hombre hasta la tecnología y las barreras de estos días, esas que se interponen entre personas que están una al lado de la otra y que sin embargo, no llegan a cruzar palabra. La niña que escuchaba a su padre tocar el piano ya creció, sigue cantando y no planea detenerse.
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