
La noche siguiente (ayer) empecé a ver The artist al llegar del trabajo, sí, la película de Michel Hazanavicius que tiene un buen número de nominaciones a los Oscar, y no pude terminarla porque el cansancio del día me venció. Debo hacer una confesión que me da un poco de verguenza antes de continuar: el hecho de que fuera una película muda no me generaba gran emoción, mis expectativas eran bajas a pesar del gran revuelo que ha levantado (vaya, sí me equivoqué).
Esta mañana desperté y sin levantarme de la cama encendí el televisor y el dvd para continuar con la función que había interrumpido. Y entonces, llegó.
Bella, encantadora, musical, seductora e inteligente, la inspiración se paseaba por mi cuarto haciendo movimientos circulares que danzaban a ritmo de tap. The artist te enamora con la nostalgia, con la belleza de la simplificación, de las raíces, de las pequeñas cosas, de lo que pertenece a otra época y que -conociéndolo o no- sientes que extrañas.
Lo uno con el regalo que me hicieron hace dos días porque siempre es emocionante leer sobre la historia, más si viene acompañada de hechos y detalles que nos recuerdan que de algún modo aun hoy está viva entre nosotros.
La cinta de Hazanavicius trajo de vuelta, en pleno siglo XXI, una época dorada que se nos había quedado tan lejos. Nos hizo el favor a quienes no fuimos a buscarla en los archivos, traerla para nosotros y enamorarnos sin remedio de ella.
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