martes, 10 de junio de 2014

Creo que podría sobrevivir a una epidemia zombie

No sé de qué depende o qué los ocasiona, pero algunas veces me pasa. Estoy sentada leyendo, o navegando en internet, o hasta trabajando en algo, cuando mi mente viaja atrás en el tiempo, viene el flashback. Pero no hablo de cualquier recuerdo de la infancia o adolescencia, de la muerte de un ser querido o de la risa repentina provocada por una vieja travesura. Hablo de un hecho en el que no puedes creer haber estado envuelto, porque has cambiado, porque ya no eres ese de antes y te sorprende que alguna vez lo fuiste.

En algunos casos es más fuerte que en otros. En las noches me he sorprendido al verme como una completa desconocida. Al no entender cómo pude haber tomado determinada decisión o haberme juntado con esa persona. Aguantar tantos atropellos. No haber hablado y callar algo que ahora me parece tan obvio y natural haber refutado.

Cada vez entiendo más eso que alguna vez escuché: "nunca llegas a conocerte por completo". Me sorprendo de mí misma. Me río de mí, me reclamo, me juzgo, me felicito o me reprocho. Hoy pienso que somos extraños muy complicados, la mayoría del tiempo tratando de ser relajados. Miramos al otro exigiendo una "normalidad", una coherencia imposible, cuando en realidad somos seres cambiantes, aprendiendo y creciendo sin parar.

Nos ponen a prueba todos los días. Miro series de televisión o películas que hablan de cómo el hombre en las situaciones más difíciles lucha siempre por sobrevivir, aunque eso signifique pasar por encima de los valores y la moral. Y aunque he visto escenas absurdas, grotescas y brutales, puedo entender que alguien reaccione así cuando es llevado al límite.

No defiendo la violencia o la anarquía. Solo creo que ninguno de nosotros sabe realmente quién es, ni de lo que es capaz. Creo que la vida también se trata de exigirte a ti mismo, de presionarte y ponerte a prueba para sacar lo mejor (o lo peor). Deberíamos pensar en eso cada vez que pretendamos juzgar a alguien. No esperemos la perfección de nadie. Al final deberíamos criticarnos y exigirnos a nosotros siempre. Quizás lo mejor que podemos hacer es rezar porque nuestra imperfección sea un buen ejemplo y ayude a otros a encontrarse.

sábado, 7 de junio de 2014

Energía viajera

El martes llegué de viaje. Me fui nueve días -de esos que pasan super rápido- a Aruba. Después de cambiar forzosamente de destino varias veces compramos boletos para la isla feliz, esa que está a solo 40 minutos de vuelo desde Venezuela.

Escribo este post sin tener muy claro hacia dónde va. Quise hacerlo porque, además de que tengo más de un mes que no actualizo, no quisiera que un viaje tan energizante pasara por debajo de la mesa en la libreta.

Siempre lo he dicho: no hay mejor forma de gastarse el dinero, mucho o poco, que viajando. Conocer gente, lugares, costumbres, comidas, paisajes, sin duda son cosas que te transforman. Esa sensación de estar en un lugar donde nadie te conoce. Mezclarte entre la gente, escuchar sus acentos, sus idiomas, verlos tan diferentes a ti y tan iguales al mismo tiempo.

Mi primer viaje de chama grande, de adulta, fuera de Venezuela fue el año pasado. Digo que fue el primero porque si bien viajé antes, fue con mi familia y el chiste es irse solo por primera vez, o con tu novio como en mi caso. Tengo pendiente viajar sola.

En cada trayecto tengo siempre esa expectativa de los sitios de interés que voy a conocer, de las actividades propias de ese destino, de los paisajes. Pero al final me sorprenden cosas tan pequeñitas, detalles de los que no siempre te das cuenta, que luego piensas y notas el cambio que han hecho en ti.

Casi siempre son actitudes, la manera en que la gente te recibe y te trata. Cómo en ese lugar es natural algo que anhelas en tu país. Y no estoy hablando de una economía estable o seguridad social, sino de cosas más simples. De sonreír, de dar el paso, de saludar, de ser amable. Esto que escribo no es nada original, es un comentario nada más, uno que ya deben haber leído antes.

Fueron días increíbles, llenos de gente dispuesta a ayudar, de un mar hermoso, lleno de numerosos tonos azules, una brisa fuerte que te saca sonrisas mientras casi te vuela el sombrero, de un papiamento y un holandés indescifrables pero mágicos. De nuevos amigos: Meli y Dani. De nuevos retos, esos que comienzas cuando vuelves recargado de mar.

¡Masha danki, Aruba!